Dir. Álvaro Sáenz de Heredia.
El arruinado conde de Capra Negra, acompañado por su criado, Antoine, viaja al norte de Turquía a reclamar la herencia de su difunto tío, el barón de Somolskaia, fallecido en extrañas circunstancias. Pero para conseguir la fortuna deberá antes enfrentarse a la maldición que pesa sobre el castillo familiar.
Siete años después de participar en Buenas noches, señor monstruo (1982), Paul Naschy era nuevamente reclamado para incorporar su sempiterno papel de hombre lobo en una comedia de tintes terroríficos titulada Aquí huele a muerto… (¡Pues yo no he sido!) (1989). Una vez más, la presencia del astro madrileño en un film de estas características estaría en buena parte propiciada por su condición de icono patrio del cine de terror, procurándose la película con su participación una especie de patente de corso a la hora de llevar a cabo su propuesta, al tiempo que rendía un pequeño guiño a los aficionados del género parodiado. Pero más allá del reconocimiento hacia la figura de Naschy que suponía tal gesto, su existencia también obedecía a la imitación de un modelo predeterminado en base al cual sería construida toda la cinta. En efecto, como ya ocurriera en Buenas noches, señor monstruo,Aquí huele a muerto… (¡Pues yo no he sido!) sería proyectada siguiendo la fórmula patentada por Abbott y Costello contra los fantasmas (Bud Abbott & Lou Costello Meet Frankenstein, 1948), si bien con el añadido de un detalle argumental directamente extraído de otro título clásico de la Universal, La marca del vampiro (Mark of the Vampire, 1935) de Tod Browning, tal y como el propio Naschy se encargaría de señalar en sus Memorias de un hombre lobo.
Al igual que en el original en que se inspira, dicho patrón sería puesto al servicio de la comicidad de un popular dúo humorístico, en este caso el formado por Josema Yuste y Millán Salcedo, “Martes y Trece”, quienes por entonces se encontraban en el punto más álgido de su carrera gracias a sus recordados especiales de Nochevieja para Televisión Española. Ni qué decir tiene que el origen de la película estaba, precisamente, en aprovechar el tirón mediático del que gozaban sus protagonistas y que se reflejaba en las altas audiencias con las que contaban sus programas. Aunque a decir verdad, la idea tampoco es que fuera demasiada novedosa. Ya en sus inicios, a comienzos de la década, “Martes y Trece” habían protagonizado un par de películas cuando aún eran un trío. Curiosamente, la segunda de estas cintas, La loca historia de los tres mosqueteros (1983) de Mariano Ozores, era también una versión paródica, si bien en su caso de los célebres personajes creados por Alexandre Dumas (padre).
Sobre el papel, los planteamientos del film estaban bien claros. Pero, a la hora de la verdad, el mismo humor que estaba marcando una época en nuestro país mediante las intervenciones de la pareja en la caja tonta reveló no ser tan efectivo en su traslación a la gran pantalla. Uno de los principales escollos estribaría en sus singulares particularidades. Para empezar, el humor esperpéntico y surrealista de “Martes y Trece” estaba principalmente pensado para ser explotado bajo el formatosketch, residiendo gran parte de su potencial en la capacidad de la pareja para incorporar sus singulares morcillas, muecas, muletillas, expresiones y dejes que con el tiempo se convertirían en marca de la casa. Es algo conocido que su gag más mítico, el de “Encanna y la empanadilla”, fue fruto de la improvisación. Sin embargo, al ser adaptado este estilo a un medio tan planificado y codificado como el cine, todo su grado de espontaneidad acabaría por perderse en el camino, limitándose la labor de sus dos protagonistas a ilustrar de forma cansina y machacona las supuestas gracias ideadas por terceros con sus tics más conocidos.
No deja de ser significativo en este sentido que la práctica totalidad de las mejores ocurrencias de la cinta se agolpen durante sus primeros compases, justo en el momento en que son definidos los roles a interpretar por los dos humoristas y cuando estos gozan de una mayor libertad al apenas compartir escenas con otros actores. Por el contrario, una vez son sometidos a las necesidades derivadas de narrar una historia y, con ello, a interactuar con otros personajes, la película entra en una deriva de la que no escapará ni con la presencia de unos sosias del Conde Drácula, el hombre lobo y el monstruo de Frankenstein. A ello tampoco ayuda un guion que cae en el doble sinsentido de procurar que su sucesión de gags humorísticos obedezcan a cierta lógica a través de una trama que carece de cualquier rastro de ella, así como una plana realización más preocupada por remarcar los generosos escotes exhibidos por la, por otra parte, bien dotada Ana Álvarez, que de conferir algo de entidad cinematográfica a tan prefabricado producto.
Contra todo pronóstico dados sus pobres resultados cinematográficos, Aquí huele a muerto… (¡Pues yo no he sido!) resultó ser un inmejorable negocio. Un millón y medio largo de personas acudirían a las salas de cine donde se proyectaba una película que recaudaría más de quinientos millones de pesetas, convirtiéndose en uno de los títulos más taquilleros de la historia de nuestra industria. Semejante éxito provocaría que apenas un año después sus principales responsables volvieran a reunirse para probar fortuna con El robobo de la jojoya, en la que se intentaba de adoptar un tono más cercano al de sus actuaciones televisivas, sin que ello repercutiera en una cinta de un nivel superior al de la presente, sino más bien todo lo contrario. Además, Aquí huele a muerto… (¡Pues yo no he sido!) también marcaría un punto de inflexión en la carrera de su director y guionista, Álvaro Sáenz de Heredia, quien desde entonces se especializaría en la confección de vehículos para el lucimiento de los cómicos del momento desarrollados siempre bajo las formas de parodia genérica, retomando la ambientación terrorífica en, al menos, otras dos ocasiones. Lo haría en 1997 con Brácula: Condemor II, a mayor gloria de Chiquito de la Calzada y, más recientemente, con La venganza de Ira Vamp (2010), adaptación de la obra teatral Una pareja de miedo en la que volvía a coincidir, veinte años después, con un Josema Yuste que esta vez se hacía acompañar del también cómico Florentino Fernández “Flo”.
José Luis Salvador Estébenez