Título
original: The Creeps.
Dir.
Charles Band.
Y esta noche
de luna llena volvemos a la psicotronía licántropa. Esta vez con
una película de lo más peculiar que, sin embargo, nos podría haber
regalado preciosos y divertidos momentos. Lamentablemente, la
cachonda premisa de “La rebelión de los monstruos” se echa a
perder por culpa de un humor soso de narices y unas interpretaciones
de lo más acartonadas.
Un gordo
entra en una biblioteca y se dirige a la sección de libros antiguos
con la intención de robar las primeras ediciones de “Drácula”
de Bram Stocker y “Frankenstein” de Mary Shelley. El hurto, lejos
de ser propiciado por un afán de coleccionismo loco, viene motivado
por la realización de un experimento científico mediante el cual
piensa revivir a los monstruos clásicos de la literatura y el cine.
Así pues, además de Drácula y el monstruo de Frankenstein, el
gordo también tiene pensado resucitar al hombre lobo y a la momia.
La cosa, aún así, se complica un poco pues para que el experimento
se complete con éxito tiene que encontrar a una virgen (cosa un
tanto difícil en los tiempos que corren) y como no la encuentra, los
grandes monstruos de la literatura vuelven a la vida no siendo tan
grandes. Por tanto ahí tenemos a mini-Drácula, mini-Frankenstein,
mini-Momia y mini-Hombre lobo. Menos mal que Anna (Rhonda Griffin),
una modesta trabajadora de la biblioteca - que es acosada por su jefa
lesbiana -, contrata los servicios de David (Justin Lauer), un
detective que utiliza su trabajo de dependiente de un videoclub como
tapadera (o puede que al revés) y que, aunque parece tonto no lo es
(es más bien tirando a gilipollas).
Lamentablemente,
esto de ver a los monstruos del terror en plan enano podría haber
tenido mucha gracia, pero para ello se necesitaba mucha más mala
baba y cojones… Por lo tanto, cuando por ahí vemos a los
minis-monsters perseguir a nuestros protagonistas, las comisuras de
la boca se mantienen intactas. Aquí no hay terror y, aunque la
película está encaminada claramente a la comedia, por mucho que lo
intenten, no arranca ni una sola carcajada, más bien todo lo
contrario, el conjunto causa más bien un poquito de vergüenza
ajena.
En lo
referente al mini-Hombre lobo… Os juro por Waldemar Daninsky que si
no lo llegan a decir, podría haber pensado en cualquier otra bestia
mitad humana. Es más, por las pintas parece más un mini-Hombre
murciélago… Eso quiere decir que durante la película no se da ni
una sola transformación y que, por tanto, la luna llena no influye
en nuestro pequeño licántropo. De hecho, no se llega a hacer
referencia a ella en ningún momento, como si su estado mitad animal
fuera perpetuo.
Lo único
que quizás la pueda salvar de la quema total, sea ese guiño final
por parte del detective friki peliculero, que para sorpresa de todos
resulta ser todo un entendido en nuestro queridísimo Jesús Franco.
Pse… Sorpresas que da la vida.
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