“Ningún hombre conoce lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por dejar de serlo”. Clive Staples Lewis.

viernes, 6 de abril de 2012

Psicotronía licántropa VII: EL CHARRO DE LAS CALAVERAS (1965)




Dir. Alfredo Salazar.

Alfredo Salazar, hermano menor de Abel Salazar (con el que ha colaborado en numerosas ocasiones en algunas producciones de la ABSA), ya apuntaba maneras al ser el hacedor de los libretos de obras maestras como El hombre y el monstruo (Rafael Baledón, 1959), El ataúd del Vampiro (aunque sin acreditar) (Fernando Méndez, 1958), La momia azteca contra el robot humano (Rafael Portillo, 1958) o, ya tirando por lo bajo, Frankenstein, el vampiro y compañía (Benito Alazraki, 1962), truño entrañable para mayor gloria del Loco Valdes (de la que por cierto, ya os hablé aquí), debutaba en la dirección con esta folletinesca historia de un nuevo justiciero encapuchado al más puro estilo El Coyote o El Zorro: ¡¡El Charro de las Calaveras!! Aquí nuestro héroe luce una manta puesta en la cara de color negro (que después pasa a ser una especie de antifaz). No se desprende de esta indumentaria ni para dormir, oigan (aunque se la quita fugazmente para confiarle a sus compañeros de viaje [un niño llamado Perico y un borracho tontorrón muy propio de estas pequeñas producciones chicanas, llamado Cleofas], su verdadera identidad), y según dice, la lleva puesta desde que decidió poner fin a los maleantes después del asesinato de sus padres. Él mismo nos explica en uno de los diálogos más pomposos de la película que el motivo de su antifaz es “porque la justicia no tiene rostro”. Así pues, el Charro de las Calaveras, como si del hombre más afortunado del mundo se tratara, se las tendrá que ver con el hombre lobo (en el film, “lobo humano”), con el vampiro y con el jinete sin cabeza. Así, sin más, por las buenas. Pero no se equivoquen, nuestro héroe enmascarado no tendrá que hacer frente a estos monstruos a la vez, sino uno por uno. El Charro de las Calaveras, queridos alobados míos, está contada como si de un serial se tratase, por lo tanto el Charro tan sólo dispondrá de unos treinta minutos aproximadamente para hacer frente al malvado de turno para después pasar al siguiente como si de un nuevo capítulo se tratase.

El vampiro...

El jinete sin cabeza... Pero con la cabeza (de plástico)...

Dicho esto, déjenme que pase un poco del “Jinete sin cabeza” (que busca su quijotera [una cabeza de plástico parlanchina encerrada en una caja]) y del “Vampiro” (que más que un vampiro es un hombre-murciélago [un Batman] que tiene la capacidad de convertirse en una rata alada de cartón en, prácticamente, un fundido), para centrarme en el “capítulo” del “lobo humano”.

El hombre lobo ¿intentando apagar la luz?
La primera aventura del Charro que es la que nos interesa, se centra en su lucha contra un licántropo vestido con una camisa de cuadros y que, a pesar de transformarse en lobo durante las noches de plenilunio, comprobaremos que sus ataques se perpetran a plena luz del día (bueno, toda la película está rodada de día - sin “noches americanas” de por medio -, por aquello de ahorrar en iluminación). La transformación del hombre-lobo se ejecuta de un modo realmente abrumador: el pobre se descompone hasta que sólo queda de él su esqueleto, para después recrearse y dar paso a la bestia. Todo esto, como es lógico, se ejecutará mediante cochambrosos fundidos de serie B tirando a Z.



Y vean la transformación cutre-salchichera que se lleva a término en... ¡¡"El Charro de las Calaveras"!!
El encuentro entre el Charro y el lobo humano es de lo más casual y no se hace esperar: nada más comenzar la película el monstruo ataca a un pobre campesino y a pesar de los disparos del Charro, logra escapar campo a través. Acto seguido, nuestro querido héroe se infiltra en una casa en la que habita la familia Alvatierra y no duda un solo instante en gorrearles algo para la merienda. Los Alvatierra viven aterrados ante los continuos ataques del hombre lobo y el Charro accede a ayudarles… Pero, ¿cómo saber quién se encierra tras la maldición de la bestia? Pues bien, entre ataque y ataque (incluyendo la muerte de la Sra. Alvatierra), y sin que nuestro apuesto justiciero pueda hacer nada para capturar al hombre lobo (siempre escapa), el amigo Salazar, también en funciones de guión, opta por la vía rápida: por ahí, por el metraje, salía una vieja loca que se reía y decía cosas absurdas frente a la cámara, así que el Charro, rizando el rizo de lo absurdo, decidirá pedirle cuentas a la vieja que, para sorpresa de todos, abrirá un ataúd del que emergerá un zombie sabiondo que le contará al Charro la verdadera identidad del hombre lobo. ¡¡Toma ya!! Una vez consigue acabar con el lobo humano, en realidad **SPOILER** papá Alvatierra **FIN SPOILER**, el Charro adoptará al hijo de éstos, Périco, y en un alarde de generosidad, al viejo borracho tontorrón Calofas, que pasarán a ser sus compañeros de correrías en las dos historias que restan.

El zombie sabiondo vende al lobo humano... 
Extraordinaria pelea entre el "lobo humano" y el Charro, oigan.
Esta película, como ven, es otra joya chicana más para la colección. El Charro de las Calaveras es otra obra estrambótica y llena de roña, pero con un alma pulp y aventurera que invita a la diversión y al entretenimiento. Por lo tanto, no se la pierdan cachorros. No me sean chingones. ¡¡El Charro de las Calaveras mola!!