“Ningún hombre conoce lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por dejar de serlo”. Clive Staples Lewis.

sábado, 10 de diciembre de 2011

EL CLUB DE LOS MONSTRUOS (1981)


Dir. Roy Ward Baker.

Roy Ward Baker, director cuya carrera se vio estrechamente ligada a la Hammer con joyas como Kung fu contra los siete vampiros de oro, Las cicatrices de Drácula o Dr. Jekyll y su hermana Hyde, también tuvo algo de que ver con la productora rival de ésta, la Amicus, ya que en 1972 dirigió bajo su sello Refugio macabro y en 1980 realizó la primera película producida por Milton Subotsky tras la muerte de la Amicus Productions, y cuyo nombre es El club de los monstruos.


Dicha película cuenta tres historias de terror diferentes que están basadas en los relatos de Ronald Chetwynd-Hayes recogidos en su libro homónimo The Monster Club. Con ella, Subotsky intentaba recobrar el espíritu de terror de la mítica productora y darle un aire renovado interconectando los cortos de terror con unos temas musicales más actuales de grupos como Night, The Pretty Things, Brian A. Robertson o UB 40, obteniendo unos resultados de lo más irregulares. Y es que, si bien las canciones son de una calidad indudable, todos están filmados de una manera tosca, pobrísima y sin ningún atisbo de originalidad salvo, quizás, el tema de The Stripper Song de Night, en el que veremos un striptease con final “sorpresa” recreado mediante animación, y que, si lo comparamos con el Sucker for your Love entonado por Brian A. Robertson, rodado en un solo plano lleno de zooms sin sentido, nos parecerá una master piece.


Pero bueno, dejando de lado los momentos musicales del film que resulta más que obvio que son lo menos interesante, habría que centrarse en las historias de terror que un cortés vampiro encarnado por el mítico Vincent Price le cuenta a John Carradine. Tres historias de lo más variopintas y que giran en torno a un árbol genealógico encabezado por los tres monstruos principales del imaginario popular: el vampiro, el hombre lobo y el fantasma.


La primera historia, se podría decir que la más floja de todas, nos relata el intento de robo de una mujer a un misterioso anticuario (mitad licántropo, vampiro y fantasma), cuyo silbido mortal resultará el arma perfecta para llevar a cabo su venganza. La segunda, presentada en el disco-club por un productor de cine llamado Lintom Busotsky, en clara referencia al propio productor de la cinta, trata sobre una familia de vampiros que se verá perseguida por una especie de Van Helsing encarnado por Donald Pleasence y que resultará la única de las tres historias adornada con unas notas de humor bastante socarrón. Por último, en la tercera historia, la más conseguida de todas, un director de cine encarnado por Stuart Whitman buscará algunos exteriores para su película de terror e irá a parar a un pueblo habitado por unos misteriosos encapuchados zombificados que parecen salidos de El último hombre… vivo (The Omega Man, 1971) de Boris Sagal, que impedirán que se marche del pueblo.


El bueno de Subotsky.
Si bien parece que la película no consigue encontrar una línea definida, - las “psicodélicas” escenas de la discoteca brillan por ser precariamente chapuceras (el maquillaje de los monstruos, sin ir más lejos, parecen simples caretas de pega) -, habría que (saber) reconocer cierto merito al menos en la ambientación de las historias de terror y el esmero que Roy Ward Baker pone en cada una ellas. Así pues, la desgana que se percibe durante los momentos “discotequeros” en los que Vincent Price y un desmejorado John Carradine (con las manos deformadas por la artrosis) hacen lo que pueden, eclipsan los aciertos casuales (o no) que pudiéramos encontrar durante los tres cortes terroríficos. Es por ese motivo que ni el director, ni su plantel de viejas estrellas consiguen sacar adelante una película ya de por sí demasiado difícil. De ahí la suerte que corrió comercialmente y como Subotsky tuvo que abandonar su intento de retomar las películas de episodios de la Amicus con el rabo entre las piernas. Puede que el terror de aquella época, más abocado al slasher que a las historias clásicas de miedo con vampiros, hombres lobo y fantasmas, hicieran que El club de los monstruos fracasara estrepitosamente y que su exquisito mensaje final, mostrando al ser humano como el monstruo más sanguinario de todos, no sorprendiera a nadie. ¿A caso Viernes 13 [Sean S. Cunningham, 1980] o La noche de Halloween [John Carpenter, 1978] no nos habían mostrado ya de que eran capaces los hombres?




En lo que respecta a los hombres lobo... La única incursión propiamente dicha que encontramos en la película es en mitad del guateque... donde, de refilón, aparece uno, ¡con gafas y pajarita! 
Y eso es todo... ¡Hasta la próxima luna llena!